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Cómo dejar los analgésicos sin resignarte a vivir con dolor

Hay una escena que se repite demasiadas veces en la vida de muchas mujeres: abren el cajón de la mesita de noche, sacan una caja de pastillas y, sin pensarlo mucho, tragan un analgésico con un sorbo de agua. No porque quieran, sino porque sienten que no hay otra salida. ¿Te sientes identificada?

Cómo dejar los analgésicos sin resignarte a vivir con dolor

Cuando el dolor se vuelve rutina

Hay una escena que se repite demasiadas veces en la vida de muchas mujeres: abren el cajón de la mesita de noche, sacan una caja de pastillas y, sin pensarlo mucho, tragan un analgésico con un sorbo de agua. No porque quieran, sino porque sienten que no hay otra salida. ¿Te sientes identificada?

El dolor se convierte en un invitado incómodo que nunca se va del todo. Algunas mañanas es apenas un murmullo; otras, un grito que lo ocupa todo. Y, como buena guerrera, sigues con tu día, aunque por dentro pienses: “¿Será siempre así?”

Yo también he visto ese gesto. Lo he escuchado en testimonios que empiezan con: “He probado de todo…” y terminan con un suspiro resignado. Y quizás tú también hayas pensado que tu destino es convivir con el dolor.

Pero hoy quiero abrirte otra puerta: la posibilidad de dejar los analgésicos sin resignarte.

La mentira silenciosa: “el dolor es para siempre”

Vivimos en una cultura que nos enseña a tolerar, a aguantar, a poner buena cara. Nos dicen que hay que aprender a vivir con dolor como si fuera una mochila inevitable.

Y claro, en ese escenario, los analgésicos parecen la solución lógica: rápidos, accesibles, eficaces… al menos durante unas horas.

El problema es que esa pastilla no resuelve el origen del dolor, solo lo silencia. Es como bajar el volumen de una alarma mientras el fuego sigue encendido. Y poco a poco el cuerpo se acostumbra: pide más dosis, más frecuencia, más dependencia.

¿El resultado? Te resignas. Te convences de que tu vida va a ser así. Pero esa es la mentira más cruel: que no hay salida.

El dolor habla un idioma que nadie nos enseñó

Quiero que pienses en tu dolor como en una señal luminosa en el tablero de un coche. Esa luz roja que indica que algo no funciona bien.

La mayoría de personas lo que hace es cubrir la luz con una pegatina (el equivalente al analgésico). Y claro, ya no la ves, pero el problema sigue ahí.

El cuerpo hace lo mismo: cuando no puede más, te grita. El dolor no es un castigo ni una maldición; es un idioma que muy pocas veces nos enseñaron a interpretar.

En muchos casos, la raíz es emocional: estrés acumulado, heridas que no sanaron, pensamientos que tensan músculos, cargas que llevamos a la espalda sin darnos cuenta. Todo eso busca una salida, y el cuerpo la encuentra en forma de dolor.

Cuando descubres que no se trata de aguantar, sino de soltar

El cambio empieza en el momento en que entiendes que tu misión no es “aguantar el dolor”.
 Es soltar lo que lo provoca.

He acompañado a mujeres que creían que su único futuro era seguir con la misma rutina de medicación. Y poco a poco, al identificar la raíz emocional de sus síntomas, empezaron a notar algo distinto: el dolor ya no era tan constante, la necesidad de la pastilla desaparecía y la sensación de control sobre su cuerpo volvía.

Lo que más me dicen no es solo “ya no me duele tanto”, sino “me siento libre”. Porque dejar de depender de analgésicos no solo libera el cuerpo, también libera la mente.

Tres cosas que necesitas saber si quieres dejar los analgésicos

  1. El dolor no es tu enemigo. Es un mensajero que te muestra que hay algo que necesita atención.
  2. La solución no está en tapar, sino en escuchar. Si cada vez que aparece lo silencias, nunca descubrirás qué intenta decirte.
  3. Tu cuerpo tiene una memoria emocional. Lo que no expresas, lo acumula. Cuando aprendes a liberar esas cargas, el dolor se transforma.

No es magia, es un camino

Dejar los analgésicos no ocurre de la noche a la mañana. No es un truco ni una fórmula milagrosa.
 Es un proceso en el que aprendes a observarte, a conectar con lo que realmente pasa dentro de ti y a soltar.

Al principio puede dar miedo. Porque da vértigo imaginarse la vida sin esa muleta que siempre ha estado ahí. Pero lo que encuentras al otro lado es mucho más grande que un alivio temporal: es la confianza en que tu cuerpo puede sanar.

¿Y ahora qué?

Si estás leyendo esto y has sentido un nudo en el estómago, puede que sea porque reconoces en estas líneas algo de tu propia historia. Quizás el cajón lleno de pastillas, la rutina de “aguantar un poco más” o esa resignación silenciosa que te pesa más que el dolor mismo.

Quiero decirte algo importante: no tienes que quedarte ahí.

Existe un camino para dejar de depender de los analgésicos y recuperar tu vida sin dolor. Es un camino que empieza por escuchar lo que tu cuerpo lleva tiempo tratando de contarte.

Yo acompaño a mujeres como tú a dar ese paso. No con recetas mágicas ni con promesas vacías, sino con un proceso que combina autoconocimiento, gestión emocional y nuevas formas de relacionarte con tu cuerpo.

Si sientes que esto resuena contigo, me encantará conocerte y contarte más. Porque lo que hoy parece resignación, mañana puede ser libertad.

Te dejo además, una Guía Paso a Paso para Autoindagar y Comenzar a Tomar Consciencia de las Creencias que Hoy Dan Origen a tu Dolor. Descárgala Aquí.

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